jueves, 19 de julio de 2012

Detrás del séptimo arte uruguayo


 Beatriz Flores Silva es una de las directoras de cine más destacadas de nuestro país. Su película más reconocida y premiada - “En la puta vida” (2001)-, fue una realización que le implicó un año de trabajo y muchos esfuerzos para obtener los medios económicos para llevarla a cabo: para financiar su principal proyecto debió presentarse a más de cuarenta concursos internacionales, proclamándose ganadora en cinco de ellos.

          Una vez finalizada la elaboración del presupuesto del largometraje, el primer paso para comenzar la recolecta del dinero necesario fue “tratar de conseguirlo en tu propio país”, comentó la cineasta. “En Uruguay es bastante difícil porque los fondos son reducidos; desde la aprobación de la ley de cine en 2008, el Instituto del Cine y Audiovisual (ICAU) tiene un millón de dólares de presupuesto anuales para financiar la actividad audiovisual independiente, dejando de lado la publicitaria”, explicó.

          Pero previo a la creación del ICAU, el único organismo que se encargaba de colaborar en el financiamiento del cine uruguayo era el Fondo para el Fomento y Desarrollo de la Producción Audiovisual (FONA), que en el momento en que la entrevistada se presentó, proporcionaba un total de 230 mil dólares anuales para tres iniciativas. “En la puta vida” recibió 80 mil dólares de este concurso, para un presupuesto de 750 mil dólares, comentó Flores Silva.

          Si bien el monto otorgado representaba un porcentaje pequeño del total necesitado, la directora señaló que fue un importante impulso para que iniciara su búsqueda de financiamiento en el exterior. “Cuando obtenés algo de dinero de tu país es mucho más fácil salir a buscarlo afuera porque tenés el respaldo de que alguien ya confió en tu idea”, indicó. De lo contrario, es bastante complejo encontrar coproductores, resaltó.

          En Uruguay también recibió 50 mil dólares por parte del programa de la Intendencia capitalina “Montevideo Socio Audiovisual”, señaló.

          Consultada acerca de cuál es la función que desempeñan los coproductores, la profesional dijo que se tratan de “casas productoras de otros países que se interesan por tu proyecto y están de acuerdo en buscar dinero para financiarlo en sus países”.

          Luego de contactarse con ellos, “los responsables de la película van a mercados de proyectos donde se organizan encuentros con otros productores que están interesados en proyectos de ciertas regiones; entonces allí se produce lo que se llama la sesión de ‘peaching’ que consiste en que ‘vendas’ tu proyecto en no más de diez minutos, mencionando de qué va la historia, cuál es el presupuesto y con cuánto dinero ya contás”, aseguró la entrevistada.

          Continuando con el proceso, si el proyecto logra convencer a los productores, ellos mismos procederán a presentarlo en distintas instancias de su país que en general suelen ser mejores que las existentes en Uruguay.

          La directora manifestó que “En la puta vida” contó con un coproductor suizo que dio a conocer su borrador en el Instituto de Cine de su país, y a través de él se obtuvieron 200 mil euros. Esta misma persona, consiguió otros cien mil euros provenientes de la televisión pública suizo-italiana.

          Por otra parte, Flores Silva subrayó que “en mi caso particular, tuve acceso bastante fácil a fondos de financiamiento audiovisual belga porque además de tener la ciudadanía uruguaya tengo la de Bélgica, pero no significa que me hayan regalado algo”.

          “Tuve que concursar contra muchísimas personas y en distintas instancias. Por ejemplo, existe un fondo ministerial, otro destinado al desarrollo del cine en una determinada región de Bélgica, el de la televisión nacional, los distribuidores y las empresas que también aportan algo de dinero”, enumeró.

          En cuanto a los “triunfos” en el país europeo, la ideóloga de “En la puta vida” comentó que obtuvo los fondos ministeriales, un aporte de un pequeño distribuidor así como algunas empresas. “Cuando conseguís un primer financiamiento, es mucho más fácil conseguir el segundo y el tercero, porque lógicamente, si alguien confía en ti es más sencillo que otros lo hagan”, añadió.

          Así, la cineasta logró reunir una cifra cercana a los 750 mil dólares para hacer realidad su largometraje, pero aclaró que el presupuesto debería haber rondado el millón y medio de dólares, aunque debió ajustarse a la realidad de los fondos conseguidos.

          “Hay que tener en cuenta también que al ser en coproducción con Europa, se debieron contratar profesionales de ese continente y hacer parte de las postproducción en ese lugar lo que implicaba que los gastos ascendieran”, expresó la entrevistada.

          “Si esta película hubiese sido hecha íntegramente en Uruguay, con dinero nacional, habría salido mucho menos. Por eso se puede escuchar que una película uruguaya se hizo con 200 mil o cincuenta mil dólares, porque es probable que consigas algún amigo que no te cobre por su trabajo”, agregó.

          En relación con los recursos humanos implicados en la producción audiovisual, Flores Silva destacó que participaron diez técnicos extranjeros provenientes de Bélgica, Suiza, Venezuela y Hungría, entre otros países.

          Una vez filmada, estrenada en cines –donde en Uruguay la vieron 140 mil personas- y lanzada en DVD, el grupo de productores tuvo ingresos de 180 mil dólares, de los cuales 140 mil correspondían a deudas que debían saldar obteniendo finalmente ganancias por el monto de 40 mil dólares. Este dato revela que vivir del cine en nuestro país es sumamente complejo.


                                                                                    Carolina Maubrigadez

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