Beatriz Flores Silva es una de las directoras de cine más
destacadas de nuestro país. Su película más reconocida y premiada - “En la puta
vida” (2001)-, fue una realización que le implicó un año de trabajo y muchos
esfuerzos para obtener los medios económicos para llevarla a cabo: para
financiar su principal proyecto debió presentarse a más de cuarenta concursos
internacionales, proclamándose ganadora en cinco de ellos.
Una vez finalizada la elaboración del
presupuesto del largometraje, el primer paso para comenzar la recolecta del
dinero necesario fue “tratar de conseguirlo en tu propio país”, comentó la
cineasta. “En Uruguay es bastante difícil porque los fondos son reducidos; desde
la aprobación de la ley de cine en 2008, el Instituto del Cine y Audiovisual (ICAU)
tiene un millón de dólares de presupuesto anuales para financiar la actividad
audiovisual independiente, dejando de lado la publicitaria”, explicó.
Pero previo a la creación del ICAU, el
único organismo que se encargaba de colaborar en el financiamiento del cine
uruguayo era el Fondo para el Fomento y Desarrollo de la Producción Audiovisual
(FONA), que en el momento en que la entrevistada se presentó, proporcionaba un
total de 230 mil dólares anuales para tres iniciativas. “En la puta vida”
recibió 80 mil dólares de este concurso, para un presupuesto de 750 mil
dólares, comentó Flores Silva.
Si bien el monto otorgado representaba
un porcentaje pequeño del total necesitado, la directora señaló que fue un
importante impulso para que iniciara su búsqueda de financiamiento en el
exterior. “Cuando obtenés algo de dinero de tu país es mucho más fácil salir a
buscarlo afuera porque tenés el respaldo de que alguien ya confió en tu idea”,
indicó. De lo contrario, es bastante complejo encontrar coproductores, resaltó.
En Uruguay también recibió 50 mil
dólares por parte del programa de la Intendencia capitalina “Montevideo Socio
Audiovisual”, señaló.
Consultada acerca de cuál es la
función que desempeñan los coproductores, la profesional dijo que se tratan de
“casas productoras de otros países que se interesan por tu proyecto y están de
acuerdo en buscar dinero para financiarlo en sus países”.
Luego de contactarse con ellos, “los
responsables de la película van a mercados de proyectos donde se organizan encuentros
con otros productores que están interesados en proyectos de ciertas regiones;
entonces allí se produce lo que se llama la sesión de ‘peaching’ que consiste
en que ‘vendas’ tu proyecto en no más de diez minutos, mencionando de qué va la
historia, cuál es el presupuesto y con cuánto dinero ya contás”, aseguró la
entrevistada.
Continuando con el proceso, si el
proyecto logra convencer a los productores, ellos mismos procederán a
presentarlo en distintas instancias de su país que en general suelen ser
mejores que las existentes en Uruguay.
La directora manifestó que “En la puta
vida” contó con un coproductor suizo que dio a conocer su borrador en el
Instituto de Cine de su país, y a través de él se obtuvieron 200 mil euros.
Esta misma persona, consiguió otros cien mil euros provenientes de la
televisión pública suizo-italiana.
Por otra parte, Flores Silva subrayó
que “en mi caso particular, tuve acceso bastante fácil a fondos de
financiamiento audiovisual belga porque además de tener la ciudadanía uruguaya
tengo la de Bélgica, pero no significa que me hayan regalado algo”.
“Tuve que concursar contra muchísimas
personas y en distintas instancias. Por ejemplo, existe un fondo ministerial,
otro destinado al desarrollo del cine en una determinada región de Bélgica, el
de la televisión nacional, los distribuidores y las empresas que también
aportan algo de dinero”, enumeró.
En cuanto a los “triunfos” en el país
europeo, la ideóloga de “En la puta vida” comentó que obtuvo los fondos
ministeriales, un aporte de un pequeño distribuidor así como algunas empresas.
“Cuando conseguís un primer financiamiento, es mucho más fácil conseguir el
segundo y el tercero, porque lógicamente, si alguien confía en ti es más
sencillo que otros lo hagan”, añadió.
Así, la cineasta logró reunir una
cifra cercana a los 750 mil dólares para hacer realidad su largometraje, pero
aclaró que el presupuesto debería haber rondado el millón y medio de dólares,
aunque debió ajustarse a la realidad de los fondos conseguidos.
“Hay que tener en cuenta también que
al ser en coproducción con Europa, se debieron contratar profesionales de ese
continente y hacer parte de las postproducción en ese lugar lo que implicaba
que los gastos ascendieran”, expresó la entrevistada.
“Si esta película hubiese sido hecha
íntegramente en Uruguay, con dinero nacional, habría salido mucho menos. Por
eso se puede escuchar que una película uruguaya se hizo con 200 mil o cincuenta
mil dólares, porque es probable que consigas algún amigo que no te cobre por su
trabajo”, agregó.
En relación con los recursos humanos
implicados en la producción audiovisual, Flores Silva destacó que participaron
diez técnicos extranjeros provenientes de Bélgica, Suiza, Venezuela y Hungría,
entre otros países.
Carolina Maubrigadez
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